Las especias siempre han sido muy apreciadas en todo el mundo y desde épocas remotas, llegando a usarse como moneda y formando rutas de comercio que atravesaban el planeta por tierra y por mar. Deseadas siempre, tanto por sus aromas y sabores, como por los beneficios que aportan a nuestro organismo, han estado siempre unidas a recetas antiquísimas para curar determinados males, fortalecer el cuerpo o animar el espíritu; así que no es de extrañar que las encontremos unidas al té.
No se puede datar con exactitud cuando apareció el consumo de té con especias, conocido popularmente como chai, los más aventureros datan su consumo de hace 4.000 años, pero lo que si se puede decir, es que un té con especias en una mañana o tarde fría te hace volver a la vida. En esto tengo que confesar que soy extremadamente purista, me gusta tomarlo cargado y con leche, muy calientes y que el sabor y olor de las especias inunden toda la taza, jengibre, canela, clavo, cardamomo, anís estrellado; todos reunidos en un té con carácter y con leche para despejar cuerpo y mente, revitalizarte y hacerte sentir bien, aunque tu día haya sido una auténtica…. digamos porquería.
Tengo que reconocer que este tipo de té para mi es una debilidad, la canela me recuerda muchos momentos de mi niñez, las natillas de mi madre o su arroz con leche, el cardamomo el strudel de un buen amigo; y así con todos y cada uno de los olores, el clavo, el remedio de mi abuela para los dolores de muela, al anís estrellado, los caramelos de los que todos huíamos de chicos y que cuando te tocaban te pasabas escupiendo todo el rato, todavía no me he encontrado con una sola persona a la que le gustaran los caramelos de ese sabor, estoy convencida de que los fabricaban solamente para fastidiar. Es curioso el poder evocador de las especias y de los olores en general, parece que en cuanto hueles algo se pulsa un botón en tu mente que conecta de manera directa con un riconcito de tu memoria y te lleva directo allí, a ese momento y lo revives con muchísima intensidad; personalmente me resulta mucho más potente para recordar que la vista o el oído.
Por el olor recuerdo la colonia de mi abuelo, de lavanda inglesa, Atkinsons, y que no me averguenza decir, es la misma que uso yo, su jabón Heno de pravia, el pintalabios de mi abuela y su laca. También tengo grabados el olor de la casa de mis otros abuelos, el de las navidades en casa de mis padres y de los trasteros de casa de mis padres, nos encantaba subir allí, era como ir de exploración a buscar tesoros. Creo que puedo recrear todo un mundo a través del olfato, un mundo que se vuelve intenso y vívido cada vez que vuelve a pasar a mi lado una señora que lleva esa laca tan particular y seguro se pregunta que porqué sonrío.
Y olfateando y recordando paraísos perdido